jueves, 13 de enero de 2011

Bienvenidos...

MARTÍN LUTERO KING, JR.: UN TRIBUTO MUY PERSONAL –  Primera Parte.
por Shodai J. A. Overton-Guerra.

            Es una noche cualquiera durante el invierno de 1980; el lugar, un apartamento en la séptima planta de un edificio. Un joven de 16 años está presente en una fiesta a la que le han invitado. No fuma, no bebe, no toma drogas; es la excepción que confirma la regla entre los jóvenes de su edad. La conversación entre el grupo, no terriblemente estimulante para comenzar, comienza a degenerarse con la llegada de más y más personas ajenas al círculo original, conforme fluye el alcohol, y conforme la atmósfera del piso queda más y más congestionada por el humo del hachís.
            Poco a poco se forma una nube insoportablemente intoxicante, que junto con el alcohol consumido y algunas pastillas no identificadas, se apodera de la consciencia de todos los presentes, de todos menos de uno. El joven, rechazando oferta tras oferta de bebidas, de cigarrillos, y de comprimidos, se desplaza a una ventana no lejos de la puerta de salida, reposando en solitario sobre la repisa interior y con la ventana abierta el frío y el aire fresco que entran le ayudan a despejar la cabeza. Conoce a todos los presentes pero se pregunta que qué hace ahí, que por qué no se va. Se acuerda: no tiene dinero para jugar al billar, no quiere estar en su casa, y hace demasiado frío para pasarse otra noche paseando solo por las calles; decide hacer lo mejor de la situación y sin tratar de encajar, simplemente se pone a observar y estudiar la conducta de sus amigos y compañeros. Los analiza desde afuera, como si fueran sujetos en un estudio psicosocial. Desde su posición puede observar la conducta individual y las interacciones; cómo el alcohol y la droga hace sus efectos; cómo la jerarquía se mantiene en el grupo con gestos y maniobras agresivas y sumisas; cómo todos tratan en su intento de encajar, de superar su estado de enajenación, aumentan su consumo de estupefacientes; le fascina ser la única persona ebria presente, como ser el único cuerdo en un manicomio reparaba.

            De pronto una voz de entre el grupo se queja de la ventana abierta, no del frío sino de la fuga del ‘ambiente’ que se escapa a la intemperie. El joven la descarta, esperando que el autor de la voz se distrajera de nuevo en su hachís o marihuana. De pronto la voz individual se convierte en un griterío que le exige, que le ordena, y que le falta el respeto. El joven, que de hecho estaba ya a punto de irse hace unos momentos entiende la psicología de la situación, de su situación. Varios ya se han levantado para retarle a cerrar la ventana. Se da cuenta de que se quedó demasiado tiempo y que por unos pocos minutos perdió la oportunidad de salir sin conflicto; ahora, con el enfrentamiento encima no tiene más remedio que responder. Se forma un círculo más cerrado, más denso, encolerizadamente exigiéndole que cierre la ventana. Lo que antes era un grupo de ebrios y narcotizados indolentes se ha convertido en una pequeña muchedumbre desafiante violenta, retando al alfa en la jerarquía; la explosión emocional tardó solamente unos segundos y el joven se maldice por no haber detectado la transformación antes del hecho cuando el conflicto se podría haber evitado.  Alguien, desde lo más hondo de su estupor, sugiere que cierren la ventana a la fuerza pero no antes de echarle a él por ella; otros empiezan a envalentonarse y comienzan a cruzar lo que el ya decidió que era su ‘círculo de seguridad.’ De pronto se levanta de su asiento en la cornisa, y en la forma tan característica que le ha ganado una reputación, anuncia: “Antes de mi van tres; conmigo van otros tres, y después me da igual. Así que a vosotros sólo os toca decidir quiénes van a ser los primero tres. ¡Y mientras, la ventana se queda abierta!” Con lo que abre la ventana ya de par en par. El aire frío le pega a él primero pero no lo siente. Una larga pausa domina el apartamento durante la cual sólo se oye el “Piano Man” de Billy Joel en el fondo; mientras, el joven sondea las caras presentes, estudiando las reacciones por el menor indicio de agresión que castigaría sin piedad alguna. Todos quietos. Entre el grupo está un ex-alumno suyo de karate, de hecho el dueño del apartamento y el único con la autoridad de exigir que se cerrara la ventana, pero permanece mudo durante toda la situación. Todos saben perfectamente de lo que el joven es capaz; todos saben que no bromea, que no se trata de un farol; todos saben cuál es el precio si de verdad quieren la ventana cerrada: tres que irán antes, y tres con él. Los segundos críticos de detonación de la situación pasan y el joven, en exclamación desafiante, despide al grupo diciendo: “¡Creía!” Una carcajada nerviosa responde al desafío y reconociendo el cese de hostilidades potenciales, hay una admisión que lo resume todo, “Ese siempre es el problema, nadie quiere ser de los tres primeros”.  Y con esa realización la tensión se disuelve, el grupo acepta de mala manera la imposición del aire ‘puro’ por parte del joven ‘déspota’, y todos vuelven a sus conversaciones – todos salvo él, que analiza, que recapacita, que registra, y que aprende.

            Lo que ninguno sabía y sabe es qué tiene todo esto que ver con Martín Lutero King, Jr.

            Todo tiene que ver. Un ser humano en su conducta, en su pensamiento, y en sus emociones, nunca está completamente distanciado de la historia personal que precede al momento de su expresión, y a su vez su historia personal nunca esta completamente alejada de los tiempos en los que se desarrolló ese individuo o de los tiempos e identidades que le precedieron. Todo es todo y todo es cuestión de identidad.

            Nací el 19 de agosto de 1963, apenas ocho días antes de que Martín Lutero King, junior, diera su legendario discurso “Tengo un sueño”, el cuál he incluido con ciertos segmentos resaltados en negrita, para que podáis, vosotros que sois de otros tiempos y de otros lugares, empezad a tratar de comprender a ese muchacho de 16 años tan dispuesto a entregar su vida por lo que aparentaba no ser por un significante principio, pero que era el principio de algo significante:

Tengo un sueño

Por Martín Lutero King, Jr.
Discurso leído en las gradas del Lincoln Memorial durante la histórica Marcha sobre Washington

Estoy orgulloso de reunirme con ustedes hoy, en la que será ante la historia la mayor manifestación por la libertad en la historia de nuestro país.
Hace cien años, un gran estadounidense, cuya simbólica sombra nos cobija hoy, firmó la Proclama de la emancipación. Este trascendental decreto significó como un gran rayo de luz y de esperanza para millones de esclavos negros, chamuscados en las llamas de una marchita injusticia. Llegó como un precioso amanecer al final de una larga noche de cautiverio. Pero, cien años después, el negro aún no es libre; cien años después, la vida del negro es aún tristemente lacerada por las esposas de la segregación y las cadenas de la discriminación; cien años después, el negro vive en una isla solitaria en medio de un inmenso océano de prosperidad material; cien años después, el negro todavía languidece en las esquinas de la sociedad estadounidense y se encuentra desterrado en su propia tierra.

Por eso, hoy hemos venido aquí a dramatizar una condición vergonzosa. En cierto sentido, hemos venido a la capital de nuestro país, a cobrar un cheque. Cuando los arquitectos de nuestra república escribieron las magníficas palabras de la Constitución y de la Declaración de Independencia, firmaron un pagaré del que todo estadounidense habría de ser heredero. Este documento era la promesa de que a todos los hombres, les serían garantizados los inalienables derechos a la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad.

Es obvio hoy en día, que Estados Unidos ha incumplido ese pagaré en lo que concierne a sus ciudadanos negros. En lugar de honrar esta sagrada obligación, Estados Unidos ha dado a los negros un cheque sin fondos; un cheque que ha sido devuelto con el sello de "fondos insuficientes". Pero nos rehusamos a creer que el Banco de la Justicia haya quebrado. Rehusamos creer que no haya suficientes fondos en las grandes bóvedas de la oportunidad de este país. Por eso hemos venido a cobrar este cheque; el cheque que nos colmará de las riquezas de la libertad y de la seguridad de justicia.

También hemos venido a este lugar sagrado, para recordar a Estados Unidos de América la urgencia impetuosa del ahora. Este no es el momento de tener el lujo de enfriarse o de tomar tranquilizantes de gradualismo. Ahora es el momento de hacer realidad las promesas de democracia. Ahora es el momento de salir del oscuro y desolado valle de la segregación hacia el camino soleado de la justicia racial. Ahora es el momento de hacer de la justicia una realidad para todos los hijos de Dios. Ahora es el momento de sacar a nuestro país de las arenas movedizas de la injusticia racial hacia la roca sólida de la hermandad.

Sería fatal para la nación pasar por alto la urgencia del momento y no darle la importancia a la decisión de los negros. Este verano, ardiente por el legítimo descontento de los negros, no pasará hasta que no haya un otoño vigorizante de libertad e igualdad.
1963 no es un fin, sino el principio. Y quienes tenían la esperanza de que los negros necesitaban desahogarse y ya se sentirán contentos, tendrán un rudo despertar si el país retorna a lo mismo de siempre. No habrá ni descanso ni tranquilidad en Estados Unidos hasta que a los negros se les garanticen sus derechos de ciudadanía. Los remolinos de la rebelión continuarán sacudiendo los cimientos de nuestra nación hasta que surja el esplendoroso día de la justicia.

Pero hay algo que debo decir a mi gente que aguarda en el cálido umbral que conduce al palacio de la justicia. Debemos evitar cometer actos injustos en el proceso de obtener el lugar que por derecho nos corresponde. No busquemos satisfacer nuestra sed de libertad bebiendo de la copa de la amargura y el odio. Debemos conducir para siempre nuestra lucha por el camino elevado de la dignidad y la disciplina. No debemos permitir que nuestra protesta creativa degenere en violencia física. Una y otra vez debemos elevarnos a las majestuosas alturas donde se encuentre la fuerza física con la fuerza del alma. La maravillosa nueva militancia que ha envuelto a la comunidad negra, no debe conducirnos a la desconfianza de toda la gente blanca, porque muchos de nuestros hermanos blancos, como lo evidencia su presencia aquí hoy, han llegado a comprender que su destino está unido al nuestro y su libertad está inextricablemente ligada a la nuestra. No podemos caminar solos. Y al hablar, debemos hacer la promesa de marchar siempre hacia adelante. No podemos volver atrás.

Hay quienes preguntan a los partidarios de los derechos civiles, "¿Cuándo quedarán satisfechos?"

Nunca podremos quedar satisfechos mientras nuestros cuerpos, fatigados de tanto viajar, no puedan alojarse en los moteles de las carreteras y en los hoteles de las ciudades. No podremos quedar satisfechos, mientras los negros sólo podamos trasladarnos de un gueto pequeño a un gueto más grande. Nunca podremos quedar satisfechos, mientras un negro de Misisipi no pueda votar y un negro de Nueva York considere que no hay por qué votar. No, no; no estamos satisfechos y no quedaremos satisfechos hasta que "la justicia ruede como el agua y la rectitud como una poderosa corriente".

Sé que algunos de ustedes han venido hasta aquí debido a grandes pruebas y tribulaciones. Algunos han llegado recién salidos de angostas celdas. Algunos de ustedes han llegado de sitios donde en su búsqueda de la libertad, han sido golpeados por las tormentas de la persecución y derribados por los vientos de la brutalidad policíaca. Ustedes son los veteranos del sufrimiento creativo. Continúen trabajando con la convicción de que el sufrimiento que no es merecido, es emancipador.

Regresen a Misisipi, regresen a Alabama, regresen a Georgia, regresen a Louisiana, regresen a los barrios bajos y a los guetos de nuestras ciudades del Norte, sabiendo que de alguna manera esta situación puede y será cambiada. No nos revolquemos en el valle de la desesperanza.

Hoy les digo a ustedes, amigos míos, que a pesar de las dificultades del momento, yo aún tengo un sueño. Es un sueño profundamente arraigado en el sueño "americano".
Sueño que un día esta nación se levantará y vivirá el verdadero significado de su credo: "Afirmamos que estas verdades son evidentes: que todos los hombres son creados iguales".

Sueño que un día, en las rojas colinas de Georgia, los hijos de los antiguos esclavos y los hijos de los antiguos dueños de esclavos, se puedan sentar juntos a la mesa de la hermandad.

Sueño que un día, incluso el estado de Misisipi, un estado que se sofoca con el calor de la injusticia y de la opresión, se convertirá en un oasis de libertad y justicia.
Sueño que mis cuatro hijos vivirán un día en un país en el cual no serán juzgados por el color de su piel, sino por los rasgos de su personalidad.

¡Hoy tengo un sueño!

Sueño que un día, el estado de Alabama cuyo gobernador escupe frases de interposición entre las razas y anulación de los negros, se convierta en un sitio donde los niños y niñas negras, puedan unir sus manos con las de los niños y niñas blancas y caminar unidos, como hermanos y hermanas.

¡Hoy tengo un sueño!

Sueño que algún día los valles serán cumbres, y las colinas y montañas serán llanos, los sitios más escarpados serán nivelados y los torcidos serán enderezados, y la gloria de Dios será revelada, y se unirá todo el género humano.

Esta es nuestra esperanza. Esta es la fe con la cual regreso al Sur. Con esta fe podremos esculpir de la montaña de la desesperanza una piedra de esperanza. Con esta fe podremos trasformar el sonido discordante de nuestra nación, en una hermosa sinfonía de fraternidad. Con esta fe podremos trabajar juntos, rezar juntos, luchar juntos, ir a la cárcel juntos, defender la libertad juntos, sabiendo que algún día seremos libres.

Ese será el día cuando todos los hijos de Dios podrán cantar el himno con un nuevo significado, "Mi país es tuyo. Dulce tierra de libertad, a tí te canto. Tierra de libertad donde mis antecesores murieron, tierra orgullo de los peregrinos, de cada costado de la montaña, que repique la libertad". Y si Estados Unidos ha de ser grande, esto tendrá que hacerse realidad.

Por eso, ¡que repique la libertad desde la cúspide de los montes prodigiosos de Nueva Hampshire! ¡Que repique la libertad desde las poderosas montañas de Nueva York! ¡Que repique la libertad desde las alturas de las Alleghenies de Pensilvania! ¡Que repique la libertad desde las Rocosas cubiertas de nieve en Colorado! ¡Que repique la libertad desde las sinuosas pendientes de California! Pero no sólo eso: ! ¡Que repique la libertad desde la Montaña de Piedra de Georgia! ¡Que repique la libertad desde la Montaña Lookout de Tennesse! ¡Que repique la libertad desde cada pequeña colina y montaña de Misisipi! "De cada costado de la montaña, que repique la libertad".

Cuando repique la libertad y la dejemos repicar en cada aldea y en cada caserío, en cada estado y en cada ciudad, podremos acelerar la llegada del día cuando todos los hijos de Dios, negros y blancos, judíos y cristianos, protestantes y católicos, puedan unir sus manos y cantar las palabras del viejo espiritual negro: "¡Libres al fin! ¡Libres al fin! Gracias a Dios todopoderoso, ¡somos libres al fin!"

Washington, DC
28 de agosto de 1963

Casi cinco años más tarde, el 3 de abril de 1968, cuando yo aún tenía cuatro años de edad, Martín Lutero King, Jr. daría su último discurso “He estado en la cima de la montaña” donde presagia su muerte:




Tenemos días difíciles por delante. No es verdaderamente importante lo que ahora ocurre... Algunos han comenzado a […] hablar de amenazas que se perfilan. ¿Qué es lo que me podría ocurrir por parte de uno de nuestros malvados hermanos blancos? … Como todo el mundo, a mí me gustaría vivir mucho tiempo. La longevidad es importante, pero eso es algo que ahora no me preocupa. Yo solo quiero cumplir la voluntad de Dios. ¡Y él me ha autorizado a subir a la montaña! Y he mirado en torno a mí y he visto la tierra prometida. Puede que yo no vaya allí con vosotros. Pero quiero que sepáis esta noche que nosotros llegaremos como pueblo a la tierra prometida. Y estoy muy feliz esta noche. No tengo ningún temor. No tengo miedo de ningún hombre. ¡Mis ojos han visto la gloria de la venida del señor!

Al día siguiente fue asesinado.

            Conforme trato de expresar las emociones y los pensamientos que surgen, que revolotean en mi cabeza como iracundos tiburones hambrientos escrutando un sendero de sangre, me percato de una gran dificultad de expresión, una experiencia bastante infrecuente para mí.

            Recuerdo una vez, hace ya varios años cuando un amigo profesor del departamento de historia antigua de UCSD me preguntó mientras jugábamos al ping pong, en qué consistía la esencia de la identidad afroamericana. Normalmente durante estas sesiones semanales de tenis de mesa que se celebraron, casi sin falta durante unos cinco años, manteníamos conversaciones de la más alta índole intelectual, pero en esta ocasión tuve que hacerme con la pelota para pensar, para dar con una respuesta de debida elocuencia. Dados unos segundos de profundad concentración y sabiendo que hablaba sin autorización pero con autoridad por toda una cultura de tremenda diversidad sociocultural, pronuncié con absoluta certeza, “la violencia del Pasaje Medio”.

            ¿Qué diablos es el Pasaje Medio? El “Middle Passage” o “Pasaje Medio” es una transición física, histórica, social, psicológica, sociológica, que se llevó a cabo durante siglos, que involucra muchas razas y culturas que al principio del tránsito solamente tenían en común el detalle de la cantidad de melanina en su piel y de originar en el África subsahariano, pero que al final iban a compartir una experiencia colectiva que les uniría para siempre, una experiencia de secuestro, de violación, de esclavización, de tortura, de genocidio cultural – de deshumanización, en una palabra, una experiencia que es una parte integrante, representativa, definitoria pero no exclusiva del proceso de la colonización de todas las Américas por parte de las culturas europeas. Todo un pueblo, el pueblo afroamericano, identificado principalmente por haber experimentado, sufrido, pero aún no haber superado, lo que los historiadores han denominado, y muy apropiadamente, el crimen más grande de la humanidad contra sí misma.

            Martín Lutero King Jr., al igual que muchos otros representa la voz de la consciencia de ese intento de superación a una historia que no es historia porque es una realidad, variable quizás en su expresión pero constante en su efecto, de una injusticia que sigue esclavizando a un pueblo con una violencia tan insidiosamente brutal que ha asegurado perpetuar el trauma de deshumanización de una generación a otra. Es una historia que a todos nos concierne, porque es la historia de una realidad presente que el afroamericano, como pueblo sometido, colonizado, comparte con el amerindio, y con todos los pueblos de habla hispana y portuguesa que constituyen America Latina: es la historia de la realidad presente de la violencia en las Américas.

            El racismo, la discriminación racial, es una forma de injusticia, la injusticia es una forma de violencia. El racismo en la sociedad de los EE.UU. no es un problema meramente legal que se representó en la sociedad, sino un problema cultural que encontró representación en las leyes que a su vez dictaminan la estructura socioeconómica del país. La cultura anglosajona, como el resto de las culturas europeas de la época, veían a seres otras razas como subhumanos en la misma manera que la Alemania Nazi lo haría con los judíos durante la segunda guerra mundial. Pero a diferencia de Europa que logró experimentar en su consciencia las consecuencias de tales actitudes con el Holocausto, para la sociedad americana la esclavitud, y su congénere la explotación de la mano de obra ilegal latina, constituían y siguen constituyendo un beneficio imprescindible para un sistema económico que venera el Dios del capitalismo y de la propiedad privada.

            La lucha legislativa por los derechos civiles no alteró esa perspectiva cultural, sólo dio ciertas herramientas para lidiar con ella. La historia de las minorías raciales, o mejor denominadas las minorías étnicas visibles, desde la esclavitud y la desapropiación del indígena hasta las estadísticas socioeconómicas y criminales de la actualidad, validan esta aserción. Pero para poder apreciar la magnitud de esa lucha y hasta qué punto aún sigue un tema de actualidad, hace falta recapitular brevemente la interrelación legal, política, económica, y social del racismo como institución cultural en los EE.UU.

            La primera importación legal de esclavos africanos en 1619 inició una seria de eventos humanos que dejaría cicatrices endebles y vergonzosas en la faz de la sociedad Americana y de su jurisprudencia. La esclavitud creó un sistema de castas según la cual una categoría de seres humanos fue designada como la propiedad legal de otra basado exclusivamente en su herencia racial y étnica. Esta clasificación de discriminación legal por defecto creó, por necesidad, una iniquidad e desigualdad social, educacional, económica y cultural que perdura hasta el presente día. Como resultado, ningún tema ha creado mayor conflicto y controversia, sea social, económico, político, o moral, a lo largo de la historia de los Estados Unidos que el tema de la raza.

            Durante la Convención Constitucional de 1787 que comenzó en Filadelfia el secundo lunes de mayo de ese año, la esclavitud fue legalmente ratificada por la Constitución en una jugada política conocida como el “Gran Compromiso.” Para evitar que los estados esclavistas del sur descarrilaran por completo la empresa constitucional, la esclavitud sería legalmente reconocida en tres provisiones bajo la Constitución: 1) los esclavos se contarían como tres-quintas partes de una persona; 2) los estados del norte serian obligados a devolver esclavos fugitivos; y 3) el Congreso no podría prohibir la importación de esclavos antes de 1808. Así fue como fue concretado, en los cimientos constitucionales de esa nación, el vínculo histórico y legal en América entre la política, la economía, y el racismo.

            A partir de ese momento, la historia de los EE.UU. demuestra que ningún tema ha desafiado más su honor e integridad que el de la esclavitud y su legado: el racismo institucionalizado. Durante la Convención, George Mason, un delegado de Virginia, proféticamente emitió el siguiente aviso:
“Cada amo de esclavos nace un pequeño tirano. Trae consigo el juicio del cielo sobre un país. Tal y como las naciones no pueden ser premiadas o castigadas en el mundo que viene deberán serlo en este. Por una inevitable cadena de causa y efecto la providencia castiga pecados nacionales con  calamidades nacionales.” - George Mason, Agosto.22, 1787[1]

            Es conveniente tener en cuenta que la institución de la esclavitud no solamente consistía en trabajos forzados bajo condiciones inhumanas, sino que conllevaba una serie de procesos deshumanizadores que partían desde la perspectiva que el esclavo era menos que humano – de hecho, solamente tres quintas partes humano. Como tal, y no más que propiedad., el esclavo estaba sometido a la degradación de ver a su esposa e hijas violadas por el amo blanco, y a la disolución de su familia a través de la venta de sus hijos, lo más probable que por beneficio económico. Adicionalmente, e igualmente relevante al argumento presente, el esclavo era desposeído de su identidad a través de la privación de su herencia étnica y lingüística. La perdida del lenguaje de origen fue obligada para prevenir que los esclavos interactuasen con otros que hablaran el mismo idioma. El temor era que la comunicación con otros de la misma etnicidad proveería una fuerza de identidad, un sentido de comunidad y de destino conjunto, y los medios para una coordinación activa que llevaría a la rebelión contra sus amos. Por lo tanto la esclavitud, en su afán de afirmar una población sumisa y desmoralizada, demolió de una vez la identidad étnica y lingüística a la vez que los lazos familiares en el pueblo esclavizado, en el pueblo afroamericano. En sus continuos esfuerzos para prevenir incidentes como los de la Rebelión de Stono del 9 de septiembre de 1739, en el que una multitud de esclavos cerca de Charleston, Carolina del Sur, se rebelaron matando sus amos,[2] y quemando plantaciones, leyes fueron establecidas para prevenir que los esclavos fuesen ensenados a leer o a escribir, promoviendo el analfabetismo y la ignorancia general como un medio de control.

            La aserción de los esclavos como propiedad legal fue afirmada por varias decisiones de la Corte Suprema de los Estados Unidos como fue en el Caso del Antílope.[3] El Antílope era un barco de esclavos negros capturado por una patrulla naval de los EE.UU. en la costa de Georgia en 1825. El dueño del Antílope había redado barcos negreros españoles y portugueses y planeaba pasarse por alto el boicot americano de la importación de esclavos impuesto por el  Congreso en 1808. Como resultado, y bajo ley americana, los africanos en el barco negrero eran libres y deberían haber sido devueltos a África. No obstante, puesto que los gobiernos portugueses y españoles pusieron demandas para la recuperación de su propiedad robaba, el Antílope presentaba “demandas en las que los derechos sagrados de la libertad y de la propiedad estaban en conflicto la una con la otra.” El estatus de los esclavos africanos como propiedad prevalecería por encima del de su derecho a la libertad conforme al Presidente del de la Corte Suprema John Marshall, cuya opinión sostuvo que “a pesar de que apenas puede negarse que sea contraria a las leyes de la naturaleza” las cortes federales deben reconocer el derecho de otra nación de participar en el trato de esclavos aunque su propia nación no lo permitiera. Su opinión terminó con: “Lo que sigue, que una nave extranjera que participe en el trato de esclavos africanos, capturada en altamar en tiempos de paz, y por un crucero americano, y traída para adjudicación, será devuelta.[4]

            En 1842 otro caso, el Prigg v. Pennsylvania, vino ante la Corte Suprema que de nuevo involucraría el secuestro de esclavos y que afirmaría los derechos de los dueños a retirar su propiedad, reiterando el estatus menos-que-humano de los esclavos negros. En Prigg v. Pennsylvania, bajo la Presidencia del Juez del Tribunal Supremo Taney, la Corte Suprema dictaminó que ningún estado podría establecer leyes que dificultaran el derecho de un amo a recuperar su propiedad legal, aunque la forma en la que esa propiedad fuese recuperada (secuestro en este caso) fuera ilegal en ese estado o si aunque la esclavitud no fuese permitida en ese estado.[5]

            En 1850, el Congreso pasó el Acta de Esclavos Fugitivos de 1850 como parte del Compromiso de 1850. Era un intento de mantener la unión del país haciendo concesiones a los estados esclavistas. Frederick Douglass, ex-esclavo, escritor, editor y orador abolicionista, diría de esa ley que estaba “diseñada para hacer al Norte complicito con la esclavitud.”  La nueva ley eliminaba el debido ‘proceso legal’ para aquellos Negros acusados de ser fugitivos y aumentaba la penalidad a aquellos que refugiaban y cooperaban con los que buscaban su libertad. “La ley también convertía en un crimen federal que cualquier ciudadano se negara a cooperar con la recaptura de un esclavo fugitivo… y permitía que cualquiera que reclamara a un fugitivo poder ponerle bajo custodia sin una orden, jurado, o audiencia”; consecuentemente, “muchos negros libres fueron secuestrados y vendidos en esclavitud.[6] Efectivamente, lo que el Acta de Esclavos Fugitivos del 1850 hizo fue convertir a la creación de una cultura en la cuál la persecución inhumana de Negros se establecería en una institución legal y en un requisito  deber social.

            Tal vez el dictamen más controversial de la Corte Suprema con respecto a la política y la economía de la raza, uno que dejaría una mancha endeble sobre la legitimidad de la Corte Suprema como entidad capaz de dispensar justicia en cuanto al tema racial, un que mancilló la historia de los EE.UU. y de la premisa Constitucional de libertad y justicia para todos; un caso que se considera la causa indirecta de la Guerra Civil. Estoy hablando del infame caso de 1857 Dred Scott v Sanford.  La decisión de la Corte Suprema fue la de afirmar que ninguna persona Negra, libre o no, era un ciudadano de los EE.UU. y por lo tanto no tenia los derechos de la protección bajo la Constitución. El Presidente de la Corte Suprema Taney además afirmó que los Negros eran “seres de una orden inferior” con “ningún derecho que el hombre Blanco tuviera que respetar.”[7]

            La opinión del Presidente del Tribunal de la Corte Suprema Taney es una opinión que estaba claramente representada en la absolución de todos los oficiales de policía involucrados en el caso de Rodney King en 1992 en Simi Valley, California; veredicto que dejó a millones, sino miles de millones de individuos alrededor del mundo preguntándose,  “¿Cómo era posible que un jurado de doce americanos no condenaran a tan solo uno de los policías involucrados?

            Escenas de la paliza brutal inflingida por numerosos policías Blancos contra el Negro Rodney King. Todos los policías envueltos fuero absueltos por un jurado de Blancos:

Rodney King beating
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            La opinión del Presidente del Tribunal de la Corte Suprema Taney es una opinión que ha sido demasiadas veces repetida a través del toda la historia legal de los EE.UU. y que ha resultado en tales expresiones de desesperación social como fueron vistas en los disturbios raciales de Los Ángeles, siguiendo el Juicio de Rodney King en 1992, y muchos otros de su índole; como los disturbios raciales de mi infancia en 1965 en el barrio de Watts de Los Ángeles donde vivíamos con un hermano de mi padre; de los disturbios raciales de Wilmington, Carolina de Norte. (1898), de Atlanta, Ga. (1906), de Springfield, Ill. (1908), de East St. Louis, Illinois (1917), donde nació y se crió mi padre; de Chicago, Ill. (1919), de Tulsa, Okla. (1921) y de Detroit, Mich. (1943).

            La opinión del Presidente del Tribunal de la Corte Suprema Taney estaba aun presente en el asesinato por parte de Oscar Grant, joven negro desarmado el 1 de enero del 2009 – hace apenas dos años para aquellos escépticos que dudan de la realidad vigente del racismo americano –  por parte de policía Blanca mientras yacía sometido, tumbado y boca abajo, y rodeado de policías en un anden de la BART (sistema de metros del área de San Francisco):

El asesinato a sangre fría de Oscar Grant: Qué pasó la noche del primero de enero de 2009

En la madrugada del día de Año Nuevo teléfonos en Hayward y Oakland sonaron: “Despiértate, despiértate: Algo le pasó a los chicos”. Las llamadas iban de ida y vuelta entre las familias de Oscar Grant de 22 años y sus amigos — familias tan cercanas que todas las mujeres se llamaban “tías”. Los jóvenes habían ido a San Francisco a celebrar. “¿Qué demonios pasó?”
La noticia infernal y fatal vino de prisa. Oscar, su amigo de toda la vida, con que habían jugado a béisbol, ido a camping y nadando, estaba muerto. Baleado en la espalda por el agente de la policía de BART Johannes Mehserle.
El asesinato policial, grabado en videos de móviles, conmocionó a la gente. En su estela, el sistema —la policía, sus abogados, el fiscal del distrito, el gobierno de la ciudad de Oakland, BART y los medios de comunicación— han tejido toda clase de explicaciones: el poli asesino fue un novato poco adiestrado; intentó disparar su pistola eléctrica; estuvo asustado; es un racista solitario; fue un error terrible e inexplicable.
Pero los acontecimientos muestran que estas “explicaciones” son mentiras para cubrir la verdad: el asesinato de Oscar Grant no fue un error o un accidente, fue un asesinato a sangre fría. No fue un acto aislado por un poli canalla; fue la culminación de una orgía de brutalidad por una pandilla entera de polis contra un grupo de jóvenes negros que incluyen el perfil étnico y comentarios racistas, amenazas con armas y pistolas eléctricas, asaltos y la detención ilegal.
El sistema no trató las acciones de los polis como excepciones intolerables a lo que deben hacer; en vez, las instituciones del sistema encubrieron y legitimaron esta violencia y dejaron libres a todos los polis menos uno. Todo esto —y la epidemia nacional de brutalidad y asesinato policial— señala la pura verdad que brutalizar, aterrorizar y asesinar a gente oprimida —especialmente a gente negra— es lo que se supone que la policía haga — no “proteger y servir” pero mantener a la gente abajo.

La noche vieja — preparándose para la supresión

Cerca de las dos de la madrugada, la conductora del tren de BART supuestamente dijo por radio que había una pelea en el tren. No vio a ninguno de los individuos involucrados y muchos cuestionarían qué tan mala fue la pelea: ninguna “víctima” se presentó y ningún testigo identificó a un peleador. Algunos dijeron que esto no pasó de empujones y que rápidamente se dispersó. Todos están de acuerdo: el ambiente dentro del tren lleno de bulliciosos se calmó cuando llegó a la estación de Fruitvale, ubicada en una zona proletaria principalmente negra y latina de Oakland.
El poli de BART Tony Pirone, un ex-infante de marina, estaba en el andén e inmediatamente empezó a dirigir su atención a los jóvenes negros y latinos — aunque no tenía ninguna descripción de alguien en la supuesta “pelea”. Cuando cuatro amigos de Oscar bajan, Pirone dejó ir a tres de ellos pero agarró a uno. Luego, gritando y diciendo groserías, Pirone golpeó la ventanilla del tren y les apuntó su pistola eléctrica a dos jóvenes negros —Oscar y su amigo Michael— y les ordenó bajar del tren.
Tan pronto como Michael y Oscar bajaron del tren, fueron golpeados. Pirone embistió a Michael, le agarró del pelo y tiró su cabeza, bocabajo, sobre el concreto, dejó un gran tajo en su nariz. Los amigos de Michael empezaron a gritar: “¿Por qué estás haciendo eso?” “¿Qué hicimos?” Luego Pirone agarró a Oscar y lo empujó contra un muro. Poco después otros polis vinieron y amenazaron a más jóvenes con sus pistolas eléctricas, gritando palabras racistas a los jóvenes, llamándoles hijueputas.
Cuando otros tres amigos de Oscar bajaron del tren también fueron empujados contra el lado del tren por la agente Marysol Domenici que apuntó una pistola eléctrica a cada uno en medio de los ojos.
Otro clip de video, mostrado por televisión semanas después del asesinato, muestra a Pirone pasando de largo rápidamente a Michael, quien estaba esposado y tendido sobre el suelo, al otro lado del andén hacia Oscar, donde le golpeó fuerte en la cara, lo que hizo que a la fuerza se le echara para atrás la cabeza.
Oscar cayó en una posición sentada y se levantó las manos en un gesto de sumisión. Un video muestra que Pirone luego apuntó su pistola eléctrica a todos los tres jóvenes en frente de él. Aunque ningún medio de comunicación lo ha reportado, el video luego muestra a Mehserle golpeando como tres veces al joven sentado al lado de Oscar y después esposándole las manos. Oscar se puso de rodillas, protestando.
Pirone luego empujó la cara de Oscar sobre el pavimento, y aún amenaza con dispararle la pistola eléctrica. Mehserle se sentó a horcajadas sobre la espalda de Oscar, tirando sus brazos atrás. Pirone le clavó la rodilla en el cuello de Oscar. La gente en el tren empezó a gritar: “Eso no se vale. ¡Déjalo ir!” Los testigos oyeron a Oscar gritar de dolor y decirle a Pirone: “Tengo una hija de cuatro años, no me dispares con la pistola eléctrica”.
Oscar y sus amigos estaban bajo el “control de la policía”, no resistían. El video muestra a Oscar yaciendo bocabajo en el suelo con ambas manos detrás de sí, apenas si se podía mover.
Pero Pirone y Mehserle no pararon, se intensificaron. Pirone dice que oyó a Mehserle decirle: “Tony, lárgate. Hágase para atrás”, una declaración escalofriante que representaba una decisión fría y calculada. Mientras que Pirone ya estaba encima de Oscar, Mehserle sacó su pistola y le disparó a Oscar Grant a corta distancia — en la espalda.

Asesinato a sangre fría, encubrimiento a sangre fría

Los abogados de Mehserle sugirieron que este iba a sacar su pistola eléctrica y que cometió una terrible equivocación, mientras que unos expertos de los medios hacen conjeturas sobre el nerviosismo del agente. Eso es absurdo. La pistola eléctrica “X26” dada a los agentes de BART es de plástico y solo pesa 7 onzas. El Sig Sauer que mató a Grant es de metal y pesa 30 onzas sin municiones — cuatro veces más que la pistola eléctrica y al tacto se siente completamente diferente.
Además, los videos en la estación muestran que ni Mehserle ni los otros policías estaban “bajo estrés”, horrorizados o arrepentidos por haber asesinado a Oscar. Mientras los amigos de Oscar, todavía esposados, gritaban a los policías a que ayudara a Oscar, estos les dijeron que “se cierren la pinche boca” y que si no se callaran, no llamarían una ambulancia. Ninguno de los policías movió ni un dedo para darle los primeros auxilios. En lugar de eso, un video los presenta volteándolo, sacudiéndolo, esposándolo y dejándolo desangrarse en el andén del metro.
Los policías no estaban conmovidos ni confundidos: inmediatamente comenzaron a encubrirlo. Ninguno de los policías llamó por radio para dar parte de lo que había pasado. Pirone le ordenó al conductor del tren que saliera de la estación de BART, con lo se llevó a todos los testigos (en lugar de pedirles nombres y datos). Al salir el tren, Domenici corrió tras la gente, amenazándole e intentando coger sus teléfonos y cámaras.
Después del incidente, cinco de los amigos de Oscar estuvieron detenidos en la comisaría de BART por más de seis horas. Fuentes cercanas a las familias dicen que los jóvenes oyeron a la policía de BART riendo y diciendo “esta noche agarramos a uno bueno”.
Todo esto señala la realidad de que tal brutalidad es de RUTINA para estos cerdos, que incluye el posterior encubrimiento y que matar a una persona puede ser motivo de risa y celebración.
¿Y qué de los “superiores”, los mandos de BART, el gobierno de la ciudad de Oakland, las cortes? Los mandos de BART expresan pena por el asesinato, pero sus propias “investigaciones” no hicieron recomendaciones, no han reprendido a ninguno de los policías y sostienen que no hay ningún video de vigilancia de lo que pasó, a pesar del hecho que todas las estaciones y trenes de BART tienen cámaras. El jefe de la policía de BART Gee escribió un memo a sus tropas, explicándoles cómo pueden mandar dinero a Mehserle mientras está en cárcel.
El fiscal del distrito de Oakland no detuvo a Mehserle por casi dos semanas (y lo hizo solo porque la gente se rebeló); Pirone —quien inició la brutalidad que resultó en homicidio y podría ser acusado del delito grave de homicidio— todavía no ha sido detenido. Ni los otros agentes de policía. Y en su primer sumario de “procesamiento”, el fiscal del distrito reitera la versión de sucesos según los policías y repite la declaración de Pirone de que Mehserle pensaba que Oscar trataba de alcanzar su cinturón (o posiblemente su pistola). Oscar Grant no tenía arma.
Las autoridades y los medios han tratado como si fuera normal, nada importante, toda la violencia de la policía antes del asesinato de Oscar. Y en este sistema, la violencia de la policía SÍ ES de rutina y del sistema. Por ejemplo, Oscar y sus amigos: “Estos jóvenes están acostumbrados a ser abordados por la policía”, dice una de las tías, “ha estado pasando desde que tenían trece años”. (Otra madre le enseñó a Revolución unas fotos de las heridas que recibió su hijo después de una golpiza por la policía de Hayward unos años antes, que le rompió los dientes: tuvo que ser tratado en el hospital y también por unas quemaduras de una pistola eléctrica en la espalda.)
Este sistema está mostrando que hará todo lo que pueda para proteger la capacidad de su policía a brutalizar, aterrorizar y matar al pueblo. ¡Ya basta!
Es muy necesario continuar e intensificar las protestas y la investigación periodística independiente del asesinato y el encubrimiento. No podemos permitir este tipo de asesinato descarado sea algo de rutina, justificado ni tolerado.
El 22 de marzo, Libros Revolución y el Club Revolución del Área de la Bahía de San Francisco presentaron un tribunal del pueblo sobre el asesinato de Oscar Grant y la epidemia nacional de la brutalidad policial que juzgó al asesino de Oscar Grant y “todo el maldito sistema”.
El día 23 de marzo es la audiencia preliminar de Mehserle.
Estos dos días son importantes momentos en esta batalla y al cierre de esta edición, se espera una presencia multitudinaria para los dos días.
[Enlaces a videos de los acontecimientos antes del asesinato de Oscar Grant y del propio asesinato están en http://www.ktvu.com/news/18426590/detail.html]

Dos grabaciones en vivo del acontecimiento:

 
http://www.youtube.com/watch?v=bmJukcFzEX4


Y para escenas de protestas cívicas y disturbios en la ciudad de Oakland:



¿Y el castigo al policía en el caso del asesinato de Oscar Grant? Dos años de prisión por ‘homicidio involuntario’.[8] Nada nuevo, nada que no concuerde con el dictamen del Presidente del Tribunal de la Corte Suprema Taney.

            El Juez Taney también dictaminó que el Congreso no tenía el derecho de prohibir la esclavitud en territorios de los EE.UU. Su dictamen en Dred Scott tuvo el efecto de dejar a los Negros sin esperanza de defenderse contra su estatus de esclavos en las cortes estatales o federales. La opinión de Taney había nacionalizado la esclavitud al aseverar los derechos de los Blancos propietarios de esclavos podrían traer sus pertenencias subhumanas a estados libres sin temer desafíos a su propiedad, y también al permitir que los nuevo territorios aplicaran por estadidad e integraran la esclavitud en sus Constituciones.[9] 

            Incluso antes del dictamen de Dred Scott Hezekiah Ford Douglass un afroamericano libre durante su larga alocución en  Cleveland, Ohio el 27 de agosto de 1854, hizo los siguientes comentarios como parte de su discurso contra la emigración durante la convención:
Cuando me acuerdo de las muchas injusticias que han sido inflingidas contra mi raza desafortunada, apenas puedo darme cuenta de que este sea mi país. No lo debo lealtad porque se niega a protegerme. Es una máxima en Gobiernos, “Que cada individuo debe lealtad en la medida que se le otorga protección.” … Cuando me acuerdo que desde Maine hasta Georgia, desde las olas del Atlántico hasta la costa del Pacifico, soy un extranjero y un paria, desprotegido por la ley, proscrito y perseguido por perjuicios crueles, estoy dispuesto a olvidarme del entrañable nombre de patria y hogar, y en exilio involuntario buscar en otras costas aquella libertad que se me ha negado en la tierra de mi nacimiento.[10]

Aunque un individuo de descendencia Africana haya llegado al apogeo del poder en los EE.UU. al ocupar el puesto de Presidencia de la Casa – un edificio construido al menos en parte por mano de obra esclava Negra[11] – los comentarios de H. Ford Douglass resuenan tan claramente en la mayoría sino en casi todas las mentes y corazones de los afroamericanos de hoy en día como lo hacían hace 150 años. Mientras que resulte difícil hoy en día para muchas personas del mundo, o para la mayoría Blanca de los EE.UU., o incluso para otras minorías étnicas en los EE.UU. entender mucho menos aceptar semejante declaración, una simple referencia a las estadísticas nacionales que muestran que las tasas de encarcelamiento de Negros es de un 397% más alto (o sea, cinco veces más) que la de los Blancos debería abrir mentes y cambiar percepciones de la realidad.
           
            El punto que el lector debería tener en cuenta es que si esas tasas de encarcelamiento tan elevadas reflejan a) o una mayor atención policial, persecución fiscal, y acción judicial por el sistema jurídico contra los Negros a nivel nacional; b) o un índice más elevado de conducta criminal inherente a la cultura Negra; o c) una combinación de ambas, la causa original sería la misma: circunstancias sociales y económicas forjadas y fomentadas por determinaciones legales incesantes a lo largo de la historia del país, de la cual el dictamen de Dred Scott es apenas uno.

            El dictamen de Dred Scott se hizo central a la política americana entre el 1857 y el 1861.[12] Es un ejemplo de cómo decisiones jurídicas pueden tener un gran impacto social en un país y por qué en particular las decisión de la Corte Suprema no pueden separarse de cualquier forma razonablemente consciente del contexto social e histórico en el cual han tomado lugar. La disposición de Dred Scott no solamente estableció las bases legales para perpetuar y nacionalizar la esclavitud, sino que fue tremendamente instrumental en provocar la Guerra Civil Americana,[13] un enfrentamiento brutal en el en el cual 600,000 vidas americanas fueron perdidas. Dred Scott  es también un ejemplo claro y presente de cómo la jurisprudencia Americana, con respecto a temas raciales, establecido el patrón inequívoco de tomar decisiones a corto plazo con implicaciones a largo plazo que separan y distinguen la ley y el orden de la moralidad y la justicia

            A pesar de que el caso de Dred Scott y su relación con la esclavitud fueron el enfoque primario de siete debates presidenciales entre el Senador Douglas y Abraham Lincoln en 1860, es importante tener en cuenta que la abolición de la esclavitud no implicó la igualdad entre las razas, un punto que tiene que quedar entendido y sobre el cual el mismo Abraham Lincoln hizo una clara distinción cuando en 1858 dijo que,
Diré que no estoy, ni nunca he estado en favor de ninguna manera de la igualdad social y política entre las razas blancas y negras, [aplauso] – que no estoy a favor de hacer votantes o miembros de jurado de los negros, ni de cualificarlos para que ejercen cargos políticos, ni para que se casen con gente blanca; y diré además que hay una diferencia física entre las razas blancas y negras que creo que siempre las prohibirá para que vivan juntas en términos de igualdad social y política. Y en la medida en la que no puedan vivir así, mientras que permanezcan juntos tendrá que haber la posición de superior a inferior, y yo tanto como cualquier otro hombre estoy a favor de tener la posición superior para la raza blanca. Digo en esta ocasión que no percibo que porque el hombre blanco tenga la posición superior que el negro sea denegado todo.... muy francamente no estoy a favor de la ciudadanía del negro.[14]
           
            Por lo tanto, el futuro Presidente de los Estados Unidos que sería responsable por la Proclamación de la Emancipación del 1 de enero, 1863, y que con tanta vehemencia ataco el dictamen del Juez Taney en Dred Scott, estaba en completo acuerdo con la opinión del Presidente del Tribunal Supremo en cuanto a la falta de negarle la ciudadanía a los ‘negros’.  Es más, solamente era el temor de que el extender la esclavitud a los Territorios desharía la Unión lo que le distinguía de su oponente el Senador Douglas.

            Hay otras dimensiones en las que Dred Scott debe ser interpretado. De una forma similar a la que los judíos fueron las victimas de una campaña de deshumanización durante la Alemania de Hitler, los negros fueron deshumanizados a través de hasta argumentos biológicos y religiosos para justificar el horrible e inhumano trato de la esclavitud: seres humanos no pueden efectuar tales tratamientos sobre otros seres humanos. El dictamen de Dred Scott refleja un veneno profundamente establecido en los EE.UU. que ha privado de “Vida, Libertad, y la Búsqueda de la Felicidad” a millones hasta la fecha. Es importante reconocer el papel que la Corte más Alta del país, la Corte Suprema, desempeñó en este asunto, ya que no solamente convirtió a todos los perjuicios deshumanizantes en la ley oficial del país, pero también equiparó legalmente – por primera vez en la historia – al estatus de esclavo, a la esclavitud, con una raza de seres humanos.
           
            Incluso tales proponentes anti-esclavistas como Abraham Lincoln fueron infectados por la perspectiva de sus tiempos según la cual los Negros eran inherentemente inferiores a los Blancos – aunque según él esa inferioridad no merecía la esclavitud. Y si las personas mismas eran inferiores y no ameritaban igualdad de trato ante la ley, entonces todo lo que fuese producido por esas personas – como la cultura, lenguaje, y todos los aspectos de su herencia étnica – son igualmente indignos de protección legal. Esta campana de denigración sistemática de todo lo negro no solamente se convirtió en parte de la cultura oficial de mucho de los EE.UU., afectando la percepción Blanca de los Negros, pero también tuvo un impacto tremendo en los Negros mismos, creando conflictos internos en los cuales oscuridad de la piel, tipo de cabello, rasgos faciales como los labios gruesos son con frecuencia valorados con las perspectivas estéticas racistas de la supremacía Blanca. Se ha argumentado que el punto hasta el cual los Negros mismos han sido victimas de la propaganda deshumanizante y menospreciante de los supremacistas Blancos se refleja claramente en el uso de la “palabra ‘n’” entre los mismos Negros, siendo la única minoría étnica que se refiere a sí mismas empleando el mismo despectivo y humillante termino empleado para ellos por parte de la mayoría racista. Incluso si el es estatus de “apartes pero iguales” confiriera una perfecta igualdad de circunstancias y de condición, el designar legalmente, oficialmente, a un grupo de personas indignas de mezclarse libremente con otra es internamente degradante.

[Fin de la Primera Parte.]
        


[1] FUENTE: George Mason University, Mercer Library Newsletter, Vol. 2, Number 11 | Sept/Oct 2006
[2] SOURCE: Civil Rights Chronicle: The African-American Struggle for Freedom, Clayborne Carson et al, 2003, p. 14.
[3] SOURCE: Federal Judicial Center, www.fjc.gov, Teaching Judicial History: Federal Trials and Great Debates in United States History, http://www.fjc.gov/history/amistad.nsf/autoframe?openform&header=/history/amistad.nsf/page/header&nav=/history/amistad.nsf/page/nav_legal&content=/history/amistad.nsf/page/legal_issues
[4] The Antelope, 23 U.S. 10 Wheat. 66 66 (1825)
[5] SOURCE: Civil Rights Chronicle: The African-American Struggle for Freedom, Clayborne Carson et al, 2003, p. 22.
[6] SOURCE: Civil Rights Chronicle: The African-American Struggle for Freedom, Clayborne Carson et al, 2003, p. 27.
[7] Dred Scott v. Sandford 60 U.S. 393 (1857),
[8] http://articles.sfgate.com/2010-11-06/news/24817648_1_johannes-mehserle-officer-sentencing-verdict-oscar-grant-oakland-bart
[9] SOURCE: The History of the Supreme Court, by Peter Irons, (Lecture 8) The Teaching Company 2003.
[10] SOURCE: National Humanities Center Resource Toolbox, The Making of African American Identity: Vol. I, 1500-1865. Emigration & Colonization: The Debate among African Americans, 1780s-1860s.
[11] SOURCE: The White House's History of Slave Labor in the CBS Evening News: Records Show Slaves Helped Build The Presidential Mansion. WASHINGTON, Dec. 10, 2008.
[12] SOURCE: The History of the Supreme Court, by Peter Irons, (Lecture 8) The Teaching Company 2003.
[13] SOURCE: Columbia Journal of Transnational Law, Dred Scott and International Law, p. 782, Janis Print Version.doc, May 20, 2005.
[14] Lincoln's Fourth Debate with Douglas at Charleston, Illinois, September 18, 1858.

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